Paseábamos por Alfama cogidos de la mano, zigzagueando entre flores, cacharros por el suelo, ropa tendida de cualquier manera y gritos, muchos gritos. Me miraste como el que espera una tabla de salvación o una condena, bajamos hacia una calle empedrada, de fondo el elevador de Santa Justa y Dulce Pontes, en la terraza el calorcito de junio. Pedimos sardinas y bacalao, nada nuevo, también Oporto, pasó un chico joven y guapo y vuestros ojos se enredaron, a la traición también se llega por el desgaste, el tedio, los primeros dolores de la madurez. Pagué, me fui solo, cogí el primer tranvía y llegué al Castillo de San Jorge, me fijé en el estuario del Tajo y me acordé de la Sierra de Albarrracín y de los días azules donde todo estaba por descubrir.domingo, 16 de marzo de 2014
TRANVÍAS
Paseábamos por Alfama cogidos de la mano, zigzagueando entre flores, cacharros por el suelo, ropa tendida de cualquier manera y gritos, muchos gritos. Me miraste como el que espera una tabla de salvación o una condena, bajamos hacia una calle empedrada, de fondo el elevador de Santa Justa y Dulce Pontes, en la terraza el calorcito de junio. Pedimos sardinas y bacalao, nada nuevo, también Oporto, pasó un chico joven y guapo y vuestros ojos se enredaron, a la traición también se llega por el desgaste, el tedio, los primeros dolores de la madurez. Pagué, me fui solo, cogí el primer tranvía y llegué al Castillo de San Jorge, me fijé en el estuario del Tajo y me acordé de la Sierra de Albarrracín y de los días azules donde todo estaba por descubrir.
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