jueves, 25 de julio de 2013

A TREINTA Y SIETE GRADOS SE DERRITEN LOS RELOJES


Supimos la verdad más tarde, cuando no había testigos, las salas y los ascensores en una sinfonía destartalada de color y gritos, el Guernica naufragando en un submarino gris lleno de penumbra, con un intenso olor a humedad, dos matones a los lados y reproductores de Babel regalando las orejas, como siempre que lo observo me entraron ganas de lanzarle un directo y destrozarlo, también de llorar. Y de los rincones fueron apareciendo las sombras de Cadaqués, Port Lligat, un tobogán de bigotes, la materialización de los sueños, todos los juegos, el juego, y Dalí desde su ojo abierto en canal, y Gala desde su canal abierto a la lírica, aquel secreto nos mordía como la hormigas devoraban nuestras manos, la primera vez fue en Figueras, un pan de pages, la gallina o el huevo, tus manos adolescentes, agua pasada. Hoy delante del rostro del gran masturbador, una masa viscosa nos impregna, la eyaculación definitiva del tiempo.


ÍTACA



 Cientos de kilómetros, a salto de mata, apaga esto, baja lo otro, cierra aquello, no se nos olvida nada, y así se inicia esta aventura homérica, tirada por ciento diez caballos alimentados por surtidores infinitos, el aire acondicionado y las canciones de los Cantajuegos. Lejos muy lejos han quedado el R8 con goteras, la música de cartucho, el humo saliendo del motor en cada cuesta, la recalentada ingeniería francesa del rombo, recuerdo una y otra vez el viejo amasijo de chatarra matrícula de Barcelona reptando como un Atlante atropellado por las circunstancias, las maletas agarradas al techo, como arañas sin tela a punto de salir volando, las paradas a almorzar, el madrugón para no coger las horas de calor, la imposibilidad mecánica de adelantar camiones que aparecían como gusanos gigantescos, los nervios, los enfados, los juramentos, en definitiva el maravilloso romanticismo de no tener tontón. El futuro será otra cosa, y vosotros seréis los primeros en ver volar coches, bueno, eso me decía mi abuelo hace más de veinticinco años, no sé, hoy giro la llave del contacto, un ronroneo familiar y otra vez el eterno retorno al asfalto, le guiño un ojo al cielo, estamos en la carretera.