lunes, 27 de mayo de 2013

CUANDO TODO ESTABA DICHO


 Me llamo Roberto Sánchez y juro que he cambiado.

En la yema de los dedos empecé a sentir el silencio resquebrajándose con el zumbido metálico de los cerrojos, el golpeo de las puertas era violento, las hojas de cristal gruñían ajustándose a la soledad del páramo de Nombrevilla.
            La extraña despedida, una familiaridad de años desconfiados, me había convertido en un animal doméstico, abandonado a la suerte de un hábitat hostil, desconocido, la libertad.
            Atravesé con inquietud las últimas rejas, los últimos adioses, el viejo profesor de informática y su “no vuelvas”, las armas cargadas de los guardias civiles, sus ojos desbordados, firmas y nuevos caminos que me empujaban a abandonar el Centro Penitenciario de Daroca, y tú me esperabas en un coche destartalado  a la salida.
            Empezaban a caer los primeros rayos de sol del verano, estábamos en junio y el calor se agarraba al cuerpo como una alimaña hambrienta, secaba el aliento.
            En casa me dijiste que las cosas cambian, que una persona de tu trabajo te gustaba en serio, que era emprendedor, atractivo, culto, todo lo que yo no representaba, y así cargándote de razones me fuiste volcando las patatas cocidas en el plato, y abriste una botella de vino de Borja para acompañarlas, de fondo un programa de televisión donde todos gritaban sin escucharse.
            Era de locos, tantos años intentando escapar al fanatismo y ahora quería resarcirme contigo, me habían llegado noticias de que a tu cama llegaban otros chicos, aventuras esporádicas, pero esta vez algo había cambiado, me quemé el paladar con una patata y no pude reprimir una lágrima, me bebí de un trago el vino que llenaba el vaso.
            En una ocasión nos habíamos prometido fidelidad, paseábamos por el Retiro entre turistas, rozando nuestras manos entre el burbujeo de las carpas del estanque, la vegetación y su murmullo, los payasos, los músicos, todos ajenos a nosotros, cada cual a lo suyo, teníamos doce años, y ahora con sigilo sé que hemos tocado fondo, con dulzura me dices que me busque la vida, que ya soy parte de tu pasado.
            Salgo a la calle y sigue el calor, tú te alejas, pero no me rindo, te voy a seguir, nunca has sido nada sin mí.
La Cuesta de Moyano me devuelve las ganas de acabar con esta farsa, la navaja me pesa en esta mochila de mendigo que llevo, y escarbas entre los libros como lo hiciste entre mis sábanas, desde niños, tan románticos como ingenuos, no lo has podido soportar, y en silencio han aparecido los reproches, los gestos duros, las cesiones familiares, en definitiva, los complejos adormecidos en el baúl del tiempo, te veo alejarte, entre libros, buscando la matriz salvadora de Atocha, y sé que es tarde para los dos, pero sé que te quiero, que no hay otra vida que no sea contigo. Me ato la zapatilla y avanzo hacia ti, decidido, se han acabado las oportunidades, despliego la hoja de la navaja y pienso en el atardecer de Nombrevilla y en mi cara se perfila una sonrisa.

Me llamo Roberto Sánchez y juro que fue sin querer.


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