lunes, 17 de diciembre de 2012

Fantasmas




Había sonado la voz autoritaria y firme del padre, el invierno llegaba mordiendo el amanecer, el olor del pan tostado y una luz mortecina completaban el decorado, en un rincón de la calle con la cara llena de lágrimas y el corazón de vergüenza, aquel niño colocaba las cazuelas haciendo un mosaico, sentía por primera vez un dolor desconocido, el de la soledad. Se había refugiado en sus soldados de plástico y en sus libros, pero ya no había vuelta atrás, la puerta de la desgracia se había abierto de par en par, se le ocurrió robar una bicicleta, y a nadie le importó que esa acción fuera un gesto heroico, cargado de dignidad, de las mejores intenciones.
Hoy ya no está el padre, tampoco el niño, sólo queda un fotograma anaranjado quemándose en un desván donde nadie habita.


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