Lo conocí en Albarracín, en un granero que hacía las veces de estudio radiofónico, allí me contó esta historia.
“Yo tenía treinta y cinco años, era el lejanísimo dos mil trece, en noviembre, empezaba el frío, entonces salía de una relación de diez años, una cosa bonita que acabó como empezó, de golpe, vivía en Teruel y me gustaba pasear por la mañana. Un día entré en un bar y me tomé un café con leche, no lo olvidaré, le puse azúcar moreno y volví a la calle, crucé un enorme puente que salvaba un precipicio mayúsculo, me topé con un parquecito infantil, sin niños, algo me sorprendió, se habían dejado un libro, huérfano, y lo abrí, a partir de ese momento no fui el mismo, la dedicatoria era para la mujer de mi vida, eso decía el escritor, el nombre y los apellidos coincidían con los que tenía la que había sido mi pareja, era ella, seguí leyendo, por hacerme vivir tantos y tantos años de felicidad, nuestra relación había terminado hacía dos días, no entendía nada, la llamé, le mandé infinidad de mensajes, y nada. Unos meses después la vi en televisión con ese maldito locutor de radio guapo, famoso, y que además escribía francamente bien, el autor del libro que encontré aquella mañana. Desde entonces trabajo en una fábrica puliendo los desperfectos de llantas que llevarán coches de gama alta, y cuando llega noviembre sigo esperando encontrarme otro libro, otra oportunidad que me cambie la vida.”
Nos despedimos en un cruce de caminos, me miró con una sonrisa que le llenó la boca de sueños, y pensé, ahí va un buen tipo.
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