Iba
caminando de tu mano y me abrigaba en tu sonrisa perpetua, habías descubierto
en mis deditos un sentido para empujar el viejo propósito de la felicidad, y
ese día me enseñaste que las catedrales emergen de la tierra, y los obeliscos
de violento carmesí se levantan desafiando el hielo sordo del invierno, y me
hablaste del origen pretérito de esos montes, Los Mansuetos, de sus grietas y
arrugas, de las costuras provocadas por el hombre y de la sangre que fluye por
sus arterias reventadas. Hoy te digo que tarde o temprano me iré, lo sabes, y
eso te pone triste, escucha, no hay nada mejor que uno de tus besos, nada mejor
que una de tus caricias, nada mejor que saber que siempre estarás ahí.
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