Tecleaba con furia en el ordenador.
“La habitación olía a sudor y a tabaco, apuró el último trago de tequila y salió a la calle, iba caminando descalzo, los gruñidos de la noche le salían al paso y los árboles multiplicaban las sombras amenazadoras, en la bolsa llevaba un libro de Malcom Lowry con dos cordilleras atravesando una República, eso le daba una extraña seguridad. Se detuvo, una serpiente zigzagueaba entre las piedras, escuchó un susurro, una voz tenue le dijo algo al oído, después se meó en los pantalones”.
Apagó la pantalla del ordenador cuando llegaban los primeros rayos de sol y pensó que hay cosas que uno nunca debiera vivir.
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