En una consigna me hicieron dejar hasta lo más esencial, lápiz y papel, estaba intranquilo, una sucesión de barrotes, de puertas cerrándose, de goznes chirriando, aquello me hacía intuir lo peor, y empecé a imaginar que sería pasto de jaurías de depredadores hambrientos de sangre fresca, que vería seres maravillosos de un ojo y siete cabezas, todo resultaba desconcertante, irreal, y en ese descenso hacia el abismo del miedo, despegué las pestañas y vi con sorpresa que la ruleta del mundo seguía su curso, su rutina, un aula de informática, un taller de cine, y el babélico final, una biblioteca, y así fue como Cristina Mallén, que ocupaba el área de cultura de la Comarca del Maestrazgo, el escritor Javier Aguirre y yo acabamos tomando un café en el Centro Penitenciario de Daroca.
Nos trasladaron a una sala con sillas y mesas y allí fueron llegando un puñado de tipos hambrientos de literatura, sacaron unos libritos de relatos sobre el Maestrazgo y fueron desgranando textos, de Cantavieja a Mirambel pasando por una infancia dura en Italia, en Marruecos o Extremadura.
Hicimos una brecha en la piedra y las confesiones terribles y el calor de los gestos amables nos hicieron sonreír, hoy queda una postal de ese día, un recuerdo hermoso, y muchas ganas de vivir.